miércoles, 12 de septiembre de 2012

Políticos con demasiadas 'chuletas'



La respuesta ofrecida hoy en el Congreso de los Diputados por la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, a una pregunta de la diputada socialista Guadalupe Martín, podrá gustar más o menos. Pero sus formas, leyendo un texto, que llevaba preparado como las regulares estudiantes, dejan mucho que desear. Y dice bien poco acerca del nivel de oratoria que, en estos tiempos en los que se pide un plus de esfuerzo a los estudiantes, impera en la Cámara Baja. 

Ciertamente, la imagen de la titular de Sanidad –licenciada en Ciencias Políticas y Sociología–, sujetando un par de folios, con la cabeza gacha y leyendo que “dar la tarjeta sanitaria, sólo con empadronarse, ha costado mil millones al erario público”, resulta decepcionante. Pero responde a la normalidad. Y eso es lo peor en una España que no sabe cómo salir de la crisis. 

Todos los que seguimos con atención el último debate electoral de 2011 recordamos al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, atrincherado tras una coraza de notas en las que navegaban cifras y estadísticas. Sus defensores dirán que la memoria es frágil y hay que protegerse ante un posible desliz. De ahí, que el líder del PP optara por apoyarse, con el objetivo de defender su programa electoral –que ironía, a la vista de los resultados– en la letra impresa. Y eso es lo que, en otro nivel, hizo esta mañana la ministra Mato.

Hoy en día, el lenguaje político está muy medido. Mucho más cuando la corrección, y el respeto a todo cuanto se mueva y tenga derecho a voto, impera en lo más alto de la cosa pública. En este sentido, la Casa Real, con unos discursos que durante décadas se han alabado por ser medidos al milímetro, es todo un paradigma. Quizá por ello se celebrara, con gran algarabía por muchos, el célebre ‘por qué no te callas’ a Hugo Chávez, saliéndose de la corrección regia. Y es que la espontaneidad es muy populista; qué se lo digan al mencionado líder bolivariano.

Repetidamente, hemos visto en los telediarios al Rey participando en un sinfín de inauguraciones, simposios y magnas exposiciones. En todos estos actos el monarca ha ido acompañado de la inevitable chuleta –según se nos ha dicho, preparada por el ministerio correspondiente–, midiendo cada palabra, para evitar cualquier mala interpretación. Así ha sido desde que asumió la Jefatura del Estado en 1975, incluyendo el discurso de Navidad, que se prepara a conciencia por la propia Casa del Rey.

La inevitable y lógica contención del verbo real –Don Juan Carlos es el monarca de todos– ha sido asumida por una clase política –a derecha e izquierda– que tanto insiste en trabajar  ‘por la mayoría social’. Incluso el ataque al rival, con frases precocinadas, evidencia cómo todo se quiere sopesar al máximo. Aunque ese cálculo, buscando el titular de prensa, acabe más de una vez en una declaración ridícula.
 
Un poco de espontaneidad no estará mal. Y, sobre todo, menos papeles y más miradas al frente. A los ojos de un auditorio que lo agradecería y, aunque los votantes no lo recompensaran, podría servir a los hijos de estos como un espejo en el que mirarse. 

Leer respuesta parlamentarias como el que recita la alineación de La Roja hace bien poco en favor de la formación de nuestros jóvenes, esos que tienen que sacar a España de la mediocridad.

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