La respuesta ofrecida hoy en
el Congreso de los Diputados por la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad, Ana Mato, a una pregunta de la diputada socialista Guadalupe Martín,
podrá gustar más o menos. Pero sus formas, leyendo un texto, que llevaba
preparado como las regulares estudiantes, dejan mucho que desear. Y dice bien
poco acerca del nivel de oratoria que, en estos tiempos en los que se pide un
plus de esfuerzo a los estudiantes, impera en la Cámara Baja.
Ciertamente, la imagen de la
titular de Sanidad –licenciada en Ciencias Políticas y Sociología–, sujetando
un par de folios, con la cabeza gacha y leyendo que “dar la tarjeta sanitaria,
sólo con empadronarse, ha costado mil millones al erario público”, resulta
decepcionante. Pero responde a la normalidad. Y eso es lo peor en una España
que no sabe cómo salir de la crisis.
Todos los que seguimos con
atención el último debate electoral de 2011 recordamos al presidente del
Gobierno, Mariano Rajoy, atrincherado tras una coraza de notas en las que
navegaban cifras y estadísticas. Sus defensores dirán que la memoria es frágil
y hay que protegerse ante un posible desliz. De ahí, que el líder del PP optara
por apoyarse, con el objetivo de defender su programa electoral –que ironía, a
la vista de los resultados– en la letra impresa. Y eso es lo que, en otro
nivel, hizo esta mañana la ministra Mato.
Hoy en día, el lenguaje
político está muy medido. Mucho más cuando la corrección, y el respeto a todo
cuanto se mueva y tenga derecho a voto, impera en lo más alto de la cosa
pública. En este sentido, la Casa Real, con unos discursos que durante décadas
se han alabado por ser medidos al milímetro, es todo un paradigma. Quizá por ello
se celebrara, con gran algarabía por muchos, el célebre ‘por qué no te callas’
a Hugo Chávez, saliéndose de la corrección regia. Y es que la espontaneidad es
muy populista; qué se lo digan al mencionado líder bolivariano.
Repetidamente, hemos visto
en los telediarios al Rey participando en un sinfín de inauguraciones,
simposios y magnas exposiciones. En todos estos actos el monarca ha ido
acompañado de la inevitable chuleta –según
se nos ha dicho, preparada por el ministerio correspondiente–, midiendo cada
palabra, para evitar cualquier mala interpretación. Así ha sido desde que asumió la Jefatura
del Estado en 1975, incluyendo el discurso de Navidad, que se prepara a
conciencia por la propia Casa del Rey.
La inevitable y lógica
contención del verbo real –Don Juan Carlos es el monarca de todos– ha sido
asumida por una clase política –a derecha e izquierda– que tanto insiste en trabajar ‘por la mayoría social’. Incluso el ataque al rival, con frases precocinadas,
evidencia cómo todo se quiere sopesar al máximo. Aunque ese cálculo, buscando el titular de prensa, acabe más de una vez en una declaración ridícula.
Un poco de espontaneidad no
estará mal. Y, sobre todo, menos papeles y más miradas al frente. A los ojos de un auditorio que
lo agradecería y, aunque los votantes no lo recompensaran, podría servir a los
hijos de estos como un espejo en el que mirarse.
Leer respuesta parlamentarias
como el que recita la alineación de La Roja hace bien poco en
favor de la formación de nuestros jóvenes, esos que tienen que sacar a España
de la mediocridad.
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