jueves, 22 de noviembre de 2012

Regeneramos España o nos vamos todos a la cárcel



Mientras la sociedad civil permanece adormecida y subvencionada, ya hay quien decide que la cárcel es un buen lugar para vivir. En un país surrealista, donde el Gobierno planea vender permisos de residencia a 160.000 euros, a nadie debe sorprender que haya quien –como sucedió ayer en Málaga– simule el robo de un banco para ir a la trena. Así, según está montado el sistema, se asegura techo, cama y plato caliente por cuenta del Estado

Y la idea puede proliferar, ya que hoy mismo se ha sabido que un recluso fugado de un penal de Lleida se entregó el lunes a la Guardia Civil de Valencia. El reo “alegó que se había quedado sin dinero y que estaba mejor encarcelado”, según leemos en Información.

Se trata de actitudes –a medio camino entre la desesperación y el sainete patrio– que reflejan a qué nivel hemos caído. Porque resulta intolerable que este país subsista de unos presupuestos públicos que se alimentan, de manera insaciable, con más impuestos y tasas. Y nos aboca al suicidio que aquello que ingrese la Administración se destine, en gran medida, a pagar nóminas de funcionarios, subsidios de parados, pensiones de jubilados, facturas de proveedores y subvenciones de sindicatos y empresarios.

Y es que cuando se acaban de cubrir las obligaciones contraídas por ayuntamientos, diputaciones, comunidades y Gobierno central, apenas quedan fondos para alimentar ese mantra político-sindical llamado fomento de la actividad económica. Porque en gran parte de España, salvo la producción de bienes y servicios que generan consistorios y gobiernos regionales, no hay prácticamente nada que echarse a la boca. Somos rehenes de las cuatro escalas de nuestra Administración Pública. Y así nos va.

¿Qué pasó cuando los ayuntamientos empezaron a fallar en sus pagos? Pues que la red de empresas y contratistas que trabajan para ellos empezaron a caer como un castillo de naipes. ¿Alguien se había parado a pensar que toda la riqueza y la producción de nuestros municipios dependían casi en exclusiva del dinero que emanaba de la administración local? Hubo quien sí cayó en la cuenta, pero guardó silencio y miró para otro lado. O, si dijo algo, no se le hizo el menor caso.

La cruda realidad es que, después de cinco años de crisis, la Administración en su conjunto paga más nóminas y prestaciones que la empresa privada. Además, según destacaba hoy la edición digital de El Mundo, apuntando a cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), seis de cada diez empleados públicos ganan más de 2.000 euros al mes. En cambio, “en el sector privado, sólo dos de cada diez obtienen estos ingresos brutos”, de acuerdo a los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA).

Precisamente, con la última EPA del tercer trimestre, la web Sueldos Públicos señalaba que empleados de la Administración, parados con derecho a algún subsidio y jubilados sumaban 11,29 millones de personas por 11,24 millones de ocupados en el sector privado. Un disparate.

Mientras tanto, la inversión en I+D languidece. El pasado año, según informa El País –con datos del INE– los fondos públicos en Investigación y Desarrollo cayeron un 5,7%. Por su parte, las empresas dejaron de invertir un 1,5%, con respecto al ejercicio precedente.

Podríamos aportar más cifras y la respuesta siempre sería la misma: España necesita una regeneración desde sus cimientos o que nos vayamos todos a la cárcel.

3 comentarios:

  1. Hay un cierto señor, mendigo, indigente, llamado O`Henry a quien eso de la filantropía no le va demasiado. Es partidario de ejercer su derecho a la dignidad y por eso, como cada año, dispone lo que dispone para hacer frente a los meses de invierno en lugar seguro (no es precisamente Murcia lugar adecuado para que la crudeza de los fríos inviernos se haga especialmente intensa pero dormir al raso, envuelto en papeles de periódico, pone rojas la nariz y las mejillas del más pintado). Ese lugar es la cárcel. El señor O`Henry siempre da con una fechoría controlada que le da ocasión para encontrar comida y cama en su cárcel de siempre. La última vez puso en marcha su plan, siempre con la vista puesta en buscar abrigo con dignidad, mas no con demasiado éxito y precisión. El señor, con una chaqueta vieja regalada por una hermanita de los pobres muy bondadosa que vive por Villa Pilar o más arriba del monte, tejanos de Puente Tocinos deshilachados y zapatillas de lana a cuadros, maquinó entrar a comer en un restaurante lujoso del centro de Murcia. Comería opíparamente, se negaría a pagar la cuenta y la posterior denuncia lo llevaría directamente a prisión. Mas no le fue posible tal posibilidad pues el maitre del restaurante advertido de su presencia, de la que destacaba lo raído de su indumentaria, no le permitió siquiera pasar al comedor y lo echó con cajas destempladas. Optó seguidamente por entrar en otro establecimiento no de tan alto nivel pero donde servían comidas exquisitas. Una vez dentro pidió todo lo que le apeteció: pez limón, capón en petitoria y paparajotes, además de copa, café y farias. Cuando le presentaron la cuenta, rehusó hacerse cargo de ella y reclamó la presencia de un municipal para que lo depositara en el retén con posibilidad de terminar en Sangonera, calentito. Nada de eso pasó: dos fornidos pinches de cocina lo sacaron a patadas y lo arrojaron al asfalto sin miramientos. No perdió, el cierto señor, la esperanza: Vio, observando los escaparates de unos grandes almacenes, a una señorita de aspecto distinguido; algo más allá un municipal de aspecto severo oteaba el horizonte urbano con aburrido gesto displicente. Se acercó a la señorita con la intención de proferirle alguna frase insolente y desvergonzada capaz de provocar la irritación de la dama y el consiguiente escándalo. Puesto que el municipal estaba cerca, todo sería coser y cantar. "Te voy a llevar al patio de mi era, haremos porquerías"- dijo. La señora, sin inmutarse respondió: "Son cinco mil y la cama (ó la era)". Salió despavorido, mirando al guardia de reojo: no había manera de encontrar un aliado.

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  2. Dudó, transcurrido un tiempo, entre tironear un bolso cualquiera de alguna otra señora o si romper un cristal de los cientos de escaparates que apuntalan la Gran Vía mediante una certera pedrada. Hizo esto último y se originó un gran revuelo; el municipal de turno acudió presto y el señor, presuroso, se confesó autor del lamentable hecho: "Un pijo, usted no ha sido, de lo contrario habría salido corriendo"- dijo el municipal. En ese instante, un peatón cruzaba veloz la calzada para coger el autobús que pasa por Vistabella. Al verlo, el municipal salió corriendo tras él y lo detuvo por sospechoso (al peatón). Tanto fracaso, tanta calamidad en la conjunción de circunstancias adversas y perdidas las esperanzas, el señor O`Henry decidió largarse a la Plaza de Belluga y se sentó en los escalones de la Puerta de San Juan de la Catedral (también llamada del Obispo). Se puso cómodo y encontró el modo de adoptar una actitud humilde, serena, triste y resignada; y entre propósitos de enmienda y lamentos sentidos, extendió la mano para pedir limosna, en el nombre de Dios y en el de la Virgen de la Fuensanta, muy resignado ante la eventualidad de tener que darse de bruces en un camastro de Jesús Abandonado. Al poco rato, cuando llevaba recogidas cerca de dos mil pesetas, una pareja de municipales lo despertó de su indiferente letargo, requisaron la recaudación y le dijeron: "Conque pidiendo, ¿eh? Al retén, y mañana al Juzgado". En efecto, fue llevado al Juzgado, donde un magistrado indulgente, al cabo de siete meses, concedió su deseo. Lo condenó a tres meses (menos un día) de calabozo, que nuestro hombre cumplió a lo largo del verano. Nunca hay que desfallecer en el esfuerzo. Muestra de ello es el caso que les expongo, aunque, bien mirado, al señor le faltó algo de precisión, puesto que si bien consiguió su objetivo no es menos cierto que buscando calor, lo que se dice calor, lo encontró sin medida, exagerado. Y pedir limosna, en algún sitio, pudiera resultar fatal, acaso. Murcia, 14 de Noviembre de 1996 JUAN GUILLAMÓN

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    1. Magnífico, Juan. Ahora, voy a repasar los personajes: Un magistrado indulgente, un policía que no vio -pese a tenerlo delante de sus narices- al tipo que destrozó un escaparate. Una mujer que, sin aparentarlo, se dedicaba a la prostitución, quizás para poder llegar a fin de mes. Y el propio señor O'Henri, torpe buscavidas. Juan, dime... ¿no te recuerda demasiado a esta España de hoy en día?. Fíjate, en noviembre de 1996 nuestro querido país estaba empezando a salir de la crisis de los noventa. Ojalá, tu estupendo y didáctico texto sea premonitorio y en tres o cuatro años podramos hablar tú y yo de que supimos ver el final del túnel. Porque la cárcel, para nosotros, no es el lugar adecuado, ¿verdad?

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