Que la huelga no fue general, es un hecho. Pero que un extraordinario número de ciudadanos se echaron a la calle, para
protestar en toda España, es una realidad incuestionable.
Por mucho que la Delegación del Gobierno en Madrid rebaje
la asistencia a la manifestación a sólo 35.000 personas –los convocantes hablan
de un millón– las principales ciudades acogieron marchas multitudinarias. Y en ellas sí que estuvo reflejada toda la
sociedad: los que trabajan, los que no tienen empleo y aquellos que hace tiempo
perdieron la esperanza de encontrar algo, lo que sea.
De ahí, que el Gobierno, consciente de que la ciudadanía
está tomando la calle, vaya a incrementar nada
menos que un 1.780% –sí, no es un error– el gasto en material antidisturbios y equipamiento de protección de la
Policía Nacional.
La inversión, tal y como se indica en los Presupuestos Generales del
Estado para el próximo año, incluye la compra de unos 20.000 chalecos antibalas, según recogía El Mundo –citando fuentes del Ministerio
del Interior– el pasado día 5.
Los gravísimos disturbios ocurridos anoche en Madrid –con una treintena de
heridos, de ellos nueve policías,
según informan los diarios digitales– servirán para que el Gobierno se
ratifique en su idea de blindar la calle, en la medida de lo posible.
Y es que, visitando
distintos puntos de la geografía nacional, comprobamos cómo la huelga –mal que
le pese a CC OO y UGT– no ha tenido una gran repercusión.
Salvo en Cataluña, Galicia y Asturias –y así coinciden la práctica totalidad de los medios de
comunicación– la incidencia del paro ha sido menor que el 29 de mayo, cuando tuvo lugar la primera huelga contra el Gobierno
de Rajoy.
Sin embargo, los dos grandes
sindicatos proclaman que la huelga general ha sido un “éxito”, con un seguimiento del 76,7%, “y retan al
presidente del Gobierno a convocar un
referéndum sobre sus recortes”, según leemos en Público, uno de los medios que durante los días precedentes más
habían calentado la protesta.
En el otro rincón del ring, La Razón, ya destacaba anoche que “las
manifestaciones cierran un día marcado por el fracaso de la huelga”. Este
diario madrileño, para ahondar en la herida sindical, resaltaba que los
convocantes cifran “el seguimiento del paro en un 12% menos que el 29M”. Para esto, como en todo, los españoles
nos las ingeniamos como nadie para excavar trincheras y, claro, crear bandos
irreconciliables.
Guerra de cifras aparte –en un
país con seis millones de personas
que no acuden al trabajo por carecer del mismo, cualquier huelga nace con un
serio hándicap– la ciudadanía sí tiene
claro que la calle es suya. Y esto es un serio problema para el Gobierno, el conjunto de la clase política y los
propios sindicatos.
Porque se les está yendo de las manos el control de la sociedad, y eso sí
que es otra realidad incuestionable. Los sindicatos cada día representan a menos trabajadores y el hartazgo de los ciudadanos hacia la
clase política es más que evidente.
Mientras tanto, la Policía
no hace más que pedir refuerzos y se pertrecha con escudos, palos y pelotas de goma. La cosa, se mire como se quiera, pinta mal.
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