La
penúltima ocurrencia de nuestra clase política se sitúa en Extremadura, donde al Gobierno
regional del PP –que se sostiene con el apoyo de Izquierda Unida– no se le he ocurrido otra cosa que pagar a ni-nis,
de 18 a 25 años, para que se regeneren y acaben la Secundaria. A 1.000 euros el título, que no está nada mal.
Con
iniciativas así, no son de extrañar algunas sentencias como la dictada hace
unos días por la Audiencia Provincial de
Murcia, que obliga a un padre a pasar una pensión alimenticia a unos hijos que
tienen la friolera de 22 y 27 años. Y es que, según el tribunal, “la pretendida
independencia económica” y el “acceso a un puesto de trabajo no depende sólo de
la edad y el conocimiento” de aquellos. Es todo un acicate, sí señor, para unos
ni-nis
que han hecho de la apatía un medio de vida a costa de papá y mamá.
La
extravagante iniciativa del Gobierno extremeño nace, como siempre, del erario
público y tiene un presupuesto de cuatro millones de euros. Faltaría más. Pero
lo más grotesco del asunto radica en que el ministro de Educación, José Ignacio Wert
–inmerso en esa nueva Ley de Educación
que tiene en pie de guerra a media España–
ha aplaudido la subvención a los ni-nis de Cáceres y Badajoz para que
estudien. Según Wert, contribuye “a mejorar la inserción de los jóvenes y la
inclusión social”. Vivir para ver.
Y
es que el ministro que se ha “crecido tanto en el castigo”, como dice de sí
mismo, amenaza ya con apoyar cualquier excéntrica iniciativa. Siempre que ésta
no provenga del Gobierno catalán,
claro.
¿Pero
no habíamos quedado en que el PP
estaba en el Gobierno de la nación
para ensalzar los valores del esfuerzo? La solución a nuestros males, desde luego,
no es arrinconar al millón de jóvenes que fueron incapaces de obtener una
titulación en Secundaria o Formación Profesional y ahora, en su
gran mayoría, se encuentran sin empleo. Pero tampoco puede pasar por una nueva
subvención.
Pagar
1.000 euros a un mal estudiante, además de constituir un agravio comparativo
para muchos jóvenes que sí se han aplicado en los estudios, es un pésimo
precedente. Además, viendo la manera como se las gastan nuestros responsables
políticos, la idea puede extenderse por toda España. Al tiempo.
Vivimos
en un país donde únicamente dos universidades públicas –la Autónoma y la Universidad
de Barcelona– se sitúan entre las
200 mejores del mundo. Así, es lógico que Zapatero
se haya estrenado como conferenciante en el extranjero en foros tan destacados
como Maracaibo (Venezuela), Doha (Qatar) y Asilah (Marruecos).
También ha estado, eso sí, en la emergente Brasil.
Las universidades de Estados Unidos,
Reino Unido, Francia o Alemania, de
momento, tendrán que esperar a nuestro eminente ex mandatario.
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