España es
como un Ferrari de segunda mano que,
al primer día de usarlo, va y se estrella por una carretera de Mallorca. Como le ocurrió hace unos
días a Toni Vanrell, un empresario
mallorquín que pretendía hacer negocio con el deportivo, a cuenta de los rusos
que se pasean por la isla.
Y es que nuestro país no
aprende y sigue anclado en la idea de que hay que dar el pelotazo, como sea.
Por muchos años de crisis que llevemos a cuestas, la cuestión es hacer dinero
rápido y salir quemando ruedas. A ser posible, con una despampanante rubia de
copiloto. Y, claro, a toda pastilla, a bordo de un Ferrari, un Porsche o un
Maserati. Pero, eso sí, aunque de
segunda mano –como el Cavallino rampante del empresario
mallorquín por el que le soplaron 150.000 euros– la máquina tiene que ser de
primera.
Y ya que estamos de
celebración, nada mejor que un macrofestival. Allí, en el
aparcamiento VIP, podremos
estacionar nuestro último modelo y hacer una entrada triunfal en el recinto. La
cuestión es dejarse ver y que nos vean. Porque éste es un país de seis millones
de parados, perdido para la causa, donde las apariencias cuentan mucho.
O estás con los que manejan,
y tiene que notarse, o te quedas con los pringaos
que pagan impuestos y no les devuelve Hacienda,
como a Díaz Ferrán, a quien
volveremos a ver –más pronto que tarde– montado en su Rolls Royce.
Los españoles nos hemos
convertido en unos mercenarios que bloqueamos la centralita de la embajada de Canadá para cazar un trabajo en Québec, que es la tierra prometida de los independentistas catalanes. Y
somos tan chuletas, o inconscientes,
que no nos importa saber que allí la temperatura media de enero oscila entre
los -8 y -17 grados centígrados.
Antes de marcharnos –si
hemos tenido suerte, y chapurreamos algo de inglés o francés– querremos
disfrutar de un fiestón electrónico. Da igual que hubiéramos estado la noche de
Halloween
en el Madrid Arena. Haremos como Javier y Jaime, dos amigos de Cristina
y Rocío, víctimas de la avalancha
mortal, que declaraban este fin de semana a El Mundo que la vida tiene que seguir. Y que, por ello, planean
viajar a Croacia –junto a varios
íntimos de las fallecidas– para asistir a otro festival de música electrónica.
Y es que, según reconocen
con naturalidad, “no te planteas dejar de salir igual que sigues conduciendo, a
pesar de que hay accidentes de tráfico”. Por su bien, y el de otros conductores
que circulen en dirección contraria, esperemos que Javier y Jaime no se pongan
a los mandos de un Ferrari 458 Spider automático como el del accidentado
empresario mallorquín.
España, desde luego,
está para el desguace.
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