Nunca prometas nada que no
puedas cumplir. Esta frase, que todos hemos escuchado y utilizado en alguna
ocasión, debería estamparse en letras de granito cerca de los dos leones que
custodian el Congreso de los Diputados.
A lo mejor, así nos habríamos
ahorrado el bochornoso espectáculo que –tras el nefasto Gobierno de Zapatero– está ofreciendo un Ejecutivo tramposo como el que preside Mariano Rajoy porque la última pirueta, a cuenta de las pensiones, ya pasa de castaño oscuro.
Si nos atenemos a la
ruinosa situación de las cuentas públicas, habría que aplaudir la subida de
sólo un 1% a los 2,3 millones de jubilados
que cobran pensiones superiores a 1.000 euros y un 2% para los 6,6 millones que
se hallan bajo el umbral del millar de euros.
Pero ahí, precisamente, reside
el problema, porque ahora habrá que tirar del ya escuálido fondo de reserva para pagar las pensiones. ¿No habría sido mejor,
utilizando ese sentido común al que
tanto apela Rajoy cuando le conviene, haber dicho la verdad desde el principio?
Y ya puestos… ¿Por qué no congelar las
pensiones durante un año para ayudar a cumplir el objetivo de déficit que
exige Bruselas y que España no sea intervenida? Pero, claro, eso tenía que haberlo dicho desde un
principio. Y las verdades escuecen.
Tampoco hubiera estado de
más que el propio presidente, dado el compromiso al que se había comprometido
con los jubilados, hubiera
comparecido tras el Consejo de Ministros de hoy para explicar las razones de esa nueva promesa incumplida. Sin embargo, su vicepresidenta y portavoz,
Soraya Sáenz de Santamaría –cada vez
con la mirada más ausente– y Fátima
Bánez, la desacreditada ministra de los seis millones de parados –qué ironía–,
fueron las encargadas de enfrentarse a los medios de comunicación.
Rajoy, como recuerda El País, ha traspasado la última de las
líneas
rojas marcadas por él mismo. Porque antes aplicó subidas al IRPF, las retenciones para el ahorro,
el IBI, las tasas sanitarias y el IVA, además de instaurar el copago sanitario. Se trata de incrementos brutales y contraproducentes para revitalizar la economía –en unos
casos– e injustos –en otros– que la ciudadanía ha soportado, de momento, con
quejas sectoriales, manifestaciones y alguna algarada cerca del Parlamento.
Pero también con inusitado pragmatismo, ya que al fin y al cabo hay que vivir.
Como sea.
En apenas un año, Rajoy ha
dilapidado todo el crédito que le concedimos los españoles con una mayoría
absoluta que ha sido incapaz de gestionar. Intentando suavizar la realidad –en la
senda zapateril– sólo ha retrasado la resolución de nuestros
gravísimos problemas.
Viéndolo desde el lado
positivo, y dado que ya no quedan más promesas que enviar a la papelera, yo me
pregunto: ¿Se dedicará Rajoy, por fin, a gobernar como es debido?