Tenemos un surtido de banderas
multiusos, como las navajas suizas, para toda clase de acontecimientos,
celebraciones y protestas. Así, cosas de la crisis, sindicalistas y empleados
de Iberia despliegan ahora la rojigualda
en todas las terminales para reclamar la españolidad de la compañía y criticar
a los pérfidos británicos.
En su versión clásica –con la
Corona
Real–,
folclórica –con el toro de Osborne– e incluso preconstitucional –con
el águila el San Juan–, el personal
tiene por costumbre envolverse en la enseña nacional para celebrar los éxitos
de nuestros deportistas.
Y es que cuando juegan La
Roja
o la ÑBA
–el caso es no hablar de España–
sacamos la bandera, henchidos de una alegría que aderezamos con cantos regionales
y empapamos en alcohol.
Pero el color de las
banderas cambia cuando se trata de protestar por los recortes en educación y
sanidad. Y también se vuelve más republicano para pedir el fin de los
desahucios y clamar contra la corrupción política. En ello, como diría Cayo
Lara, el insigne yerno regio ha tenido una aportación impagable.
Desde luego, nos encanta eso
de pasear las banderas. Y tenemos un muestrario para dar y tomar. Porque,
aparte de la oficial y sus variantes, disponemos de la alternativa republicana,
las diecinueve banderas autonómicas –diecisiete regiones más Ceuta y Melilla–, las de los sindicatos, la anarquista y hasta la enseña arcoiris, que en toda protesta social
siempre tiene su público.
En Cataluña disfrutan
incluso de la doble versión estelada, para mostrar su
descontento con el Estado opresor.
Vamos, que no nos privamos de un buen estandarte en el que envolvernos.
Y ya que tenemos fama de
piratas –los años del gratis total hicieron un daño irreparable– podríamos
instaurar como estandarte la calavera corsaria. Nos igualaría a todos. Total, de
perdidos al mar.
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