España se ha convertido en un país
de muertos vivientes. Si no, que miren en Santa Cruz de Tenerife donde 15.300
zombis han poblado las calles desde 1996, cuando el Ayuntamiento empezó
a inventarse vecinos para trincar más fondos públicos. A ver si ahora le va a
dar al Instituto Nacional de Estadística (INE) por tirar de la manta y
descubre que en España hay tres o cuatro millones de habitantes menos.
En ese caso, se entendería
el último informe de La Caixa, según el cual vivimos en el Reino de la Alegría, con una tasa de
riesgo de pobreza infantil del 4% frente al 10% de la Unión Europea. Y
también comprenderíamos por qué, pese a nuestra enfermiza corrupción, aquí no
se mueve nadie, salvo los de Stop Desahucios. Y es que España es
un fiambre que huele muy mal desde que se empezaron a caer los ladrillos.
A un país que sigue pagando
la póliza de los muertos y se empeña en remover fusilados y fosas comunes, es
lógico que no le salga la cuentas de los vivos. Sobre todo cuando se trata de
meter la mano en la caja o ir a votar. Porque ahí nuestros pueblos se pueblan
de walking dead con la papeleta lista
para elegir al alcalde de turno. Y es que, ya en las últimas elecciones
municipales, el INE se mosqueó tanto, con el sorprendente aumento del
censo en 241 pueblos repartidos por toda España, que empezó a pedir
información.
Pero, claro, el muerto al
hoyo –hasta las próximas elecciones– y el vivo al bollo. Porque –como aquí no
escarmentamos– unos meses antes de las próximas municipales volveremos a estar
en las mismas. Si no hemos desaparecido antes en una eutanasia colectiva o nos
largamos todos a Alemania.
Con tanto fantasma pululando
por nuestras calles –y huyendo de los periodistas, como el cada vez más
cadavérico Urdangarin– tampoco sería de extrañar que lo de los seis millones
de parados fuera un camelo. Y que entre la población activa haya otros cuatro o
cinco millones de espectros. Quizá por eso no le salen las cuentas a Montoro,
empeñado en apretar la soga mientras echa la mano al bolsillo de los españoles.
Así no es de extrañar que al
PP le visiten los fantasmas del pasado –reencarnados de
narcotraficantes– y que el PSOE no salga de la UVI. Y es que
estamos para que nos lleven al cementerio de elefantes, con su regia majestad a
la cabeza.
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