jueves, 18 de abril de 2013

España, país de ministros y jueces drogatas

 
Con media juventud adicta al botellón y un país donde la explotación sexual mueve cinco millones de euros al día, ahora va Emilio Olabarria, portavoz del PNV en la Comisión de Interior, y dice que conoce a ministros, jueces y policías que le dan a las drogas. Así se comprenden muchas decisiones políticas y se explican unas cuantas sentencias judiciales.
 
Y es que vivimos en un país donde las plantaciones de marihuana caseras se han disparado. Y donde un antiguo camarero como Julián Muñoz, que presumirá en el talego de haber sido alcalde de Marbella, le carga el muerto de la corrupción al fiambre de Gil. Si es que hasta el presidente de la Xunta de Galicia, que muchos presentaban como el delfín de Rajoy, tomaba el sol junto a un narco. Así, qué podemos esperar.
 
Sólo el año pasado, el tráfico de drogas, las falsificaciones, la piratería y la prostitución movieron en España la friolera de 123.000 millones de euros. Vamos, que una décima parte de lo que produjimos provenía del vicio. De la corrupción, ya se encarga nuestra clase política.
 
Así las cosas, es normal que Montoro permita ahora que los ludópatas desgraven sus pérdidas en bingos y casinos. Si es que cada español –niños y ancianos incluidos– tocaba el año pasado a unos 2.000 euros producidos en actividades dignas de la familia Soprano. Al fin y al cabo, con veintisiete parados por cada cien trabajadores en edad de producir, es normal que el personal se busque la vida.
 
De ahí, que en la Comunidad de Madrid esperan con los brazos abiertos y la alfombra roja a Sheldon Adelson, el magnate de Eurovegas. Y hasta resulta comprensible que haya dirigentes del PP madrileño empeñados en cambiar la ley antitabaco para favorecer al mega parque de los ludópatas. Todo sea por la pasta.
 
Desde luego, una sociedad que vota cada dos por tres –en teórica libertad– tiene los políticos que se merece. Pues, quizá por ello, resulta que España es campeona del mundo en consumo de cocaína y ocho de cada diez ciudadanos le pegan al alcohol sin remordimientos.
 
Pero es que, tal y como están las cosas, dan ganas de darse a la bebida.

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