Con media juventud adicta al
botellón y un país donde la explotación sexual mueve cinco millones de euros al
día, ahora va Emilio Olabarria,
portavoz del PNV en la Comisión de Interior, y dice que conoce
a ministros, jueces y policías que le dan a las drogas. Así se comprenden
muchas decisiones políticas y se explican unas cuantas sentencias judiciales.
Y es que vivimos en un país
donde las plantaciones de marihuana caseras se han disparado. Y donde un
antiguo camarero como Julián Muñoz,
que presumirá en el talego de haber sido alcalde de Marbella, le carga el muerto de la corrupción al fiambre de Gil. Si es que hasta el presidente de
la Xunta de Galicia, que muchos presentaban como el delfín de Rajoy, tomaba el sol junto a un narco.
Así, qué podemos esperar.
Sólo el año pasado, el
tráfico de drogas, las falsificaciones, la piratería y la prostitución movieron
en España la friolera de 123.000
millones de euros. Vamos, que una décima parte de lo que produjimos provenía
del vicio. De la corrupción, ya se encarga nuestra clase política.
Así las cosas, es normal que
Montoro permita ahora que los
ludópatas desgraven sus pérdidas en bingos y casinos. Si es que cada español
–niños y ancianos incluidos– tocaba el año pasado a unos 2.000 euros producidos
en actividades dignas de la familia
Soprano. Al fin y al cabo, con veintisiete parados por cada cien
trabajadores en edad de producir, es normal que el personal se busque la vida.
De ahí, que en la Comunidad de Madrid esperan con los
brazos abiertos y la alfombra roja a Sheldon
Adelson, el magnate de Eurovegas. Y hasta resulta comprensible
que haya dirigentes del PP madrileño
empeñados en cambiar la ley antitabaco para favorecer al mega parque de los ludópatas. Todo sea por la pasta.
Desde luego, una sociedad
que vota cada dos por tres –en teórica libertad– tiene los políticos que se
merece. Pues, quizá por ello, resulta que España
es campeona del mundo en consumo de cocaína y ocho de cada diez ciudadanos le
pegan al alcohol sin remordimientos.
Pero es que, tal y como
están las cosas, dan ganas de darse a la bebida.
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