Nos pasamos la vida buscando el paraíso, igual que los
hijos de Jordi Pujol. Y cuando
parece que lo hemos encontrado, como Alfredo
Di Stéfano, va la familia y nos quiere chafar la boda con la joven
secretaria. Y es que vivimos en un estado de permanente contradicción.
No hay más que ver a Montoro, que nos fríe a impuestos mientras que 33 de las 35
empresas más importantes que cotizan en la Bolsa
se llevan la pasta a paraísos fiscales. Porque ahora resulta que, a través del Impuesto de la Renta, Hacienda recauda lo mismo que en 2008,
pero con tres millones de trabajadores menos. A eso se le llama exprimir al
contribuyente y lo demás es cuento.
Cuando empezamos a decir que veíamos los documentales
de La 2, mientras que los programas
de telebasura subían como la espuma, dictamos nuestra sentencia. Después nos
dio por mentir en las encuestas para acabar suspendiendo al Rey. Porque también somos muy
envidiosos. Y ya, cuando Rajoy
comenzó a saltarse a la torera su programa electoral, fuimos conscientes de lo
mal que estamos.
Ahora hasta Perico
Delgado, que se ha jugado el tipo en las carreteras de media Europa, está en contra de que los
ciclistas se pongan el casco por la ciudad. Y tampoco hay manera de entender a
la Justicia, que empura a la Pantoja y dice que la Infanta Cristina no se enteraba de los
negocios de su marido. Así, no es de extrañar que tiremos por la calle de en
medio y cada día haya más coches circulando sin pasar la ITV.
Un país que tiene tres millones y medio de casas
vacías, pero donde hay un desahucio cada quince minutos está para que lo trate
una legión de psicólogos. Y para que lo ayuden. Como a Urdangarin, a quien le han paralizado durante los próximos cuatro
años el pago de su hipoteca. Un tipo con suerte.
En España
somos tan contradictorios como el Madrid
y el Barça. Hace dos semanas eran la
envidia universal, pero después de que los alemanes nos dejaran hechos unos
zorros, ya no sirven para nada. Y va a resultar que tendrán que cambiar a los
figurones por figuritas, lo mismo que a nosotros nos van a quitar los billetes bin
laden y habrá que conformarme con los nuevos de cinco euros.
Estamos perdidos y ya no creemos en nada. Si es que,
por no tener, ya no hay ni ganas de protestar. Y el paraíso se llama llegar a
final de mes.
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