lunes, 2 de septiembre de 2013

Cuando nos ponemos brutos, no hay quien nos gane

 
Cuando nos ponemos bestias, damos miedo. Por eso, y para reforzar la candidatura olímpica, en Los Molinos, un pueblo de la Sierra de Madrid, le dieron este pasado fin de semana al brutathlon. Cinco disciplinas integraron la competición para chillarle al mundo que, con entrenamiento, somos unos bestias de cuidado.
 
Como estrellas del programa, el arrastre de traviesa, el volteamiento de rueda de tractor y el lanzamiento de bombona de butano. A poco que la Peña Los Zagales, que así se hacen llamar los madrileños del brutathlon, se hagan un poco de publicidad y mantengan vivo el bestial concurso, acabarán organizando su Campeonato Mundial. Como el de lanzamiento de hueso de oliva, de Cieza, que el año que viene cumple su vigésimo aniversario.
 
Tampoco tiene desperdicio el concurso de lanzamiento de ladrillo, de Sangonera la Verde, que premió este año a los primeros clasificados –hombres y mujeres– con cincuenta litros de cerveza. Y es que la cuestión, y más como se ha puesto la vida, es arrojar lo que se tenga a mano. Como la escoba, que se viene lanzando en las fiestas de Alcantarilla desde hace unos años.
 
Aunque para original –y un poco viscoso, eso sí– el concurso de lanzamiento de bígaros, que celebran en un pueblo de la Bretaña francesa. Tampoco está mal, en otro registro, el concurso de lanzamiento de portátiles, ideal para curar la depresión posvacacional. La competición es originaria de Finlandia y su récord mundial está ya en más de 94 metros. Los fineses, que tendrán la educación más envidiada, pero también tienen unos brutos de aúpa, celebran otro concurso de acarrear a la esposa. Eso sí, la damisela no puede pasar de los cincuenta kilos. Menos mal.
 
Desde que tenemos uso de razón nos encanta arrojar lo que sea. Primero para llamar la atención. Cuando ya somos adultos, y no podemos lanzar al jefe por la ventana, cualquier cosa es bienvenida. Todo por soltar la mala leche que llevamos dentro.
 
Pero no conviene llegar a la exageración de los americanos, que hasta hace veinticinco años lanzaban enanos en los bares. Así, cuanto mayor era la cogorza, en los garitos de Florida arrojaban con mayor saña al hombre bala contra una pared. Con casco, eso sí. Y aunque lo prohibieron por su crueldad, y por el riesgo de dejar parapléjico al proyectil humano, hace un par de años hubo un congresista, Ritch Workman, que pedía su legalización para combatir el desempleo.
 
En España, ahora mismo, ese deporte tendría sus adeptos. Y no precisamente lanzando enanos, que bastantes problemas tienen en una sociedad tan despiadada como la nuestra. Yo, como soy poco violento, me apuntaría a una catarsis del tomatazo, como en Buñol. Pero, eso sí, poniendo perdido a más de uno, de traje y corbata, que todos conocemos.

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