Cuando nos ponemos bestias,
damos miedo. Por eso, y para reforzar la candidatura olímpica, en Los Molinos, un pueblo de la Sierra de Madrid, le dieron este pasado
fin de semana al brutathlon. Cinco disciplinas integraron la competición para
chillarle al mundo que, con entrenamiento, somos unos bestias de cuidado.
Como estrellas del programa,
el arrastre
de traviesa, el volteamiento de rueda de tractor y
el lanzamiento
de bombona de butano. A poco que la Peña Los Zagales, que así
se hacen llamar los madrileños del brutathlon, se hagan un poco de publicidad
y mantengan vivo el bestial concurso, acabarán organizando su Campeonato
Mundial. Como el de lanzamiento de hueso de oliva, de Cieza, que el año que viene cumple su vigésimo aniversario.
Tampoco tiene desperdicio el
concurso de lanzamiento de ladrillo, de Sangonera la Verde, que premió este año a los primeros clasificados
–hombres y mujeres– con cincuenta litros de cerveza. Y es que la cuestión, y
más como se ha puesto la vida, es arrojar lo que se tenga a mano. Como la escoba,
que se viene lanzando en las fiestas de Alcantarilla
desde hace unos años.
Aunque para original –y un poco
viscoso, eso sí– el concurso de lanzamiento de bígaros, que celebran
en un pueblo de la Bretaña francesa.
Tampoco está mal, en otro registro, el concurso de lanzamiento de portátiles,
ideal para curar la depresión posvacacional. La competición es originaria de Finlandia y su récord mundial está ya
en más de 94 metros. Los fineses, que tendrán la
educación más envidiada, pero también tienen unos brutos de aúpa, celebran otro
concurso de acarrear a la esposa. Eso sí, la damisela no puede pasar de los
cincuenta kilos. Menos mal.
Desde que tenemos uso de
razón nos encanta arrojar lo que sea. Primero para llamar la atención. Cuando
ya somos adultos, y no podemos lanzar al jefe por la ventana, cualquier cosa es
bienvenida. Todo por soltar la mala leche que llevamos dentro.
Pero no conviene llegar a la
exageración de los americanos, que hasta hace veinticinco años lanzaban enanos
en los bares. Así, cuanto mayor era la cogorza, en los garitos de Florida arrojaban con mayor saña al
hombre bala contra una pared. Con casco, eso sí. Y aunque lo prohibieron por
su crueldad, y por el riesgo de dejar parapléjico al proyectil humano, hace un
par de años hubo un congresista, Ritch
Workman, que pedía su legalización para combatir el desempleo.
En España,
ahora mismo, ese deporte tendría sus adeptos. Y no precisamente lanzando
enanos, que bastantes problemas tienen en una sociedad tan despiadada como
la nuestra. Yo, como soy poco violento, me apuntaría a una catarsis del tomatazo, como en Buñol. Pero, eso sí, poniendo perdido a más de
uno, de traje y corbata, que todos conocemos.
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