Nos gusta recibir estopa. Y es que somos masoquistas.
Por eso, un candidato a diputado en Alemania,
del Partido Liberal, busca esclavos
sexuales en Internet. Bajo el pseudónimo de Master HM, se describe como dominante y sádico. Aquí en España no le faltaría clientela.
Porque mira que nos dejan en pelotas, nos sacuden una
y otra vez el bolsillo, despotricamos contra la casta política y acabamos
votando, sumisos. Así, no es de extrañar que los españoles, según el último
informe de la ONU, hayamos dejado de
ser la alegría de la huerta.
Normal, y ahora resulta que son daneses, noruegos y
suecos los que se parten de risa y disfrutan de la vida. Y, encima, a precio de
saldo en nuestras playas, hinchándose a fritura de pescado y atendidos por camareros
que no pasan de los 500 euros al mes.
Aunque para sadismo, el de los políticos portugueses,
que no dejan de torturar a sus compatriotas. El penúltimo latigazo, un recorte
del 10% en las pensiones de los funcionarios que reciben más de 600 euros al
mes. Mientras tanto, Christine Lagarde,
la dominatriz del Fondo Monetario
Internacional que azuza un día sí y otro también nuestra tortura, se
levanta más de 320.000 euros netos al año. Menuda madame.
Si es que no tenemos remedio. No hay más que ver a los
universitarios novatos de los colegios mayores. Se dejan una pasta en la
matrícula y, como bienvenida, tienen que aguantar un rosario de humillaciones. Por
eso, como todo tiene un límite, se está produciendo una desbandada de titulados
al extranjero. Y es que allí les darán cera, pero al menos les pagan.
Tan bajo hemos caído, y tanto nos hemos acostumbrado a
que nos zurren la badana, que la Comunidad
de Madrid sigue empeñada en que se
fume en Eurovegas. Da igual que el
tabaco mate o provoque malformaciones en los embarazos. Porque ahora resulta
que se trata de un proyecto que, después del fracaso olímpico, tiene aún más
relevancia.
Afortunadamente, después del mal café de la alcaldesa,
los políticos manirrotos que nos gobiernan han decidido que Madrid no suplique una vez más ser ciudad
olímpica. Para eso, ya está Tokio,
que tiene unos cuantos barrios llenos de sumisas gheisas. Y esto, a los
miembros del Comité Olímpico
Internacional, empezando por Alberto de Mónaco, les debe poner a cien.
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