En esta España confusa y surrealista, Faemino
y Cansado son nuestra única
salvación. Si en Italia está el
cómico Beppe Grillo nosotros tenemos
a una genial pareja de humoristas. Para qué vamos a ser menos.
Encima leen a Kierkegaard, filósofo y teólogo que, en
los tiempos que corren, nos viene al pelo. Porque vivimos en un país donde, según
Rajoy, no hacer nada es, a veces, la
mejor política.
Y es que hasta Cospedal, la insigne secretaria
general del PP, se apunta a los
monólogos absurdos para explicar la indemnización diferida de Bárcenas. Y éste va y le dice al juez
que, de 22 millones, nada. Para qué vamos a andarnos con chiquitas, oiga usted,
38 millones.
Sorprende que Rubalcaba, tan dado a recordar el “sufrimiento”
al que nos está sometiendo su clase política –sin distinción– no saque a
relucir a Kierkegaard. Y es que el
pensador danés, padre del existencialismo,
era un experto en la filosofía de la angustia.
Además,
cuando el líder del PSOE era
secretario de Educación, en 1988,
nada menos, Faemino y Cansado contribuían a la instrucción
de la infancia española en el programa televisivo Cajón Desastre, otro
título que ahora nos viene como anillo al dedo.
Por ello, no sería de
extrañar que Rubalcaba hubiera
tentado a la pareja para organizar un parlamento inteligente en El Retiro de Madrid, donde Faemino y Cansado empezaron a hacerse famosos a
principios de los ochenta.
Este dúo, junto a Pablo Carbonell y Pedro Reyes, que también hacían sus espectáculos al raso del gran parque
madrileño, podría sacarnos de la depresión en la que estamos sumidos. Porque –de
perdidos al río– por lo menos íbamos a morir alegres, con humor inteligente.
Lástima que sea tarde para
recurrir a Tip y Coll, quienes ya
hablaban del Gobierno en los
setenta. Y que tampoco esté el célebre Gila,
puesto que haría más fáciles las conversaciones telefónicas entre Rajoy y la Merkel.
Lo mal que está la política,
y el humor patrio, se demuestra al ver a nuestro presidente, al líder de la
oposición y al humorista de cabecera, José
Mota. Y es que los tres, sin
distinción, son unos auténticos cansinos.